El domingo fue un largo día de entrenamientos deportivos, cuidar niños y limpiar nuestra inmunda casa. A eso de las siete de la tarde, Patricio y yo teníamos hambre y lo que parecía mas plausible era salir corriendo al restaurante mexicano de dos calles mas abajo para comernos unos nachos con guacamole que tan bien caen en esos estados de hambre crónica. Existían sin embargo un par de problemas: Patricio se debatía entre ir a comer esos nachos o quedarse a ver el partido del Barça. Ambas cosas no eras compatibles porque no sabíamos si estaban dando el juego allí, y ese era un riesgo que mi marido no estaba dispuesto a asumir. Por otro lado, estamos a menos de un mes del reto deportivo mas grande de mi vida (la media maratón de Barcelona) a lo que le debo un profundo respeto nutritivo si quiero salir viva de la experiencia. Así, por más que estuviéramos antojados de los nachos con guacamole, por más que tuviéramos visiones tan reales que los pudiéramos ver y oler en frente de nuestras narices, parecía que no íbamos a comerlos… no esa noche.
No se si Patricio siguió dándole vueltas al tema de la comida o simplemente olvidó todo menos respirar cuando comenzó el partido. En cambio yo, seguía con hambre, y aunque lo pensaba, no había ni una comida disponible en casa con igual sex appeal que esos nachos imaginarios. El hambre finalmente me llevó a la cocina. La imagen era desoladora: fin de mes, consecutivos aplazamientos a visitar al súper, ausencia de verduras exceptuando por vestigios de escarola que aguantaban la soledad de la nevera estoicamente. ¡No había ni pan! Un huevo frito en una tostada untada en tomate y aceite de oliva era otro manjar que mi mente puso al lado de los nachos como festín ideal. Comencé a buscar algo de arroz o pasta, algo que se hiciera rápido, pero no había nada, ¡qué hambre!. Pronto llegué a la conclusión que algo suculento, caliente y rápido no saldría de mi cocina de manera inmediata, y que si quería comer, mas me valía respirar profundo y asumir que un plato de comida requeriría de cierto esfuerzo. Así, abrí una lata de olivas que descansaba al lado de unas bolsas de legumbres secas, calmé mi apetito voraz y me puse a analizar qué hacer de cena con las pocas cosas que aun quedaban en ese desierto culinario de mi cocina. Y de pronto, como por iluminación divina, mi mente proyectó esto:
Y eso cociné. La versión de aquella noche no fue tan estéticamente elaborada pero estaba igual de buena. Era justo lo que buscaba: frescura pero a la vez calidez, contundencia pero a la vez ligereza. Unas lentejas “caviar” que compré por curiosidad hace un par de semanas y aún no se me había ocurrido con qué comerlas fueron la base de carbohidratos que le daban contundencia a la ensalada. Las herví en agua con una hoja de laurel para que adquirieran aroma pero no un sabor muy intenso. Mientras se cocinaban, lavé las hojas de escarola y las dejé reposando en agua con un poco de vinagre para que sus hojas cedieran lo justo para que en el plato dieran el toque fresco y crujiente. Luego, preparé una vinagreta con un poco de mermelada de fresa y vinagre de Módena, y por último, tosté unas avellanas que luego troceé ligeramente. Cuando las lentejas estuvieron al dente, las colé rápidamente y enfrié con agua para que perdieran un poco de calor. Monté la ensalada con las lentejas, la escarola, las avellanas y la terminé con unas migas de queso azul y la reducción de vinagre tibio. Un poco de sal, y el toque final, un largo hilo de aceite de almendras hicieron de mi ensalada una obra maestra, con toda la humildad del mundo.
Tan contenta quedé con mi ensalada, que decidí compartirla con vosotros. Llevaba días en la cocina ensayando un par de recetas de los libros que me llegaron para las fiestas, pero he preferido abrir la semana con esta. La escarola con las lentejas complementan a la perfección en texturas, mientras que el queso y la vinagreta crean un equilibrio gustativo perfecto entre salado, dulce y ácido. Por último, las avellanas y el aceite de almendras otorgan calidez y emulsión a toda la composición.
Os invito a probarla. Si no tenéis aceite de almendras, os recomiendo utilizar un aceite de semillas como el de sésamo o de girasol. El aceite de oliva, con su intensidad, desequilibra un poco para mi gusto, pero bueno, en la cocina los ingredientes están para que experimentemos con ellos y salgan cosas como estas, para sorprendernos. Con respecto a las lentejas, utilizad las que tengáis, teniendo en cuenta la cocción para que no se pasen excesivamente.
Un primo cocinero dijo una vez: un buen plato no se trata de preparar el filete mas caro, si no de sacar a relucir lo mejor se los ingredientes que tienes a tu disposición. Creo haberme acercado a esta afirmación. Estoy contenta de haberme quedado en casa aquella noche.
Ensalada tibia de lentejas con escarola
4 PERSONAS | 30 MIN | DIFICULTAD MEDIA
- Un manojo de escarola rizada (Cichorium endivia, achicoria rizada)
- ½ taza de lentejas secas (caviar o pardina)
- una hoja de laurel
- 50 gr de queso azul
- 20 gr de avellanas
- Reducción de Vinagre con fresa (ver receta más abajo)
- Aceite de almendras (o sésamo, pepitas de uva o girasol)
- sal
- Poner a fuego alto las lentejas con la hoja de laurel y suficiente agua fría (el doble del volumen de lentejas). Cuando comienza a hervir, bajar el fuego y cocinar por 20 minutos o hasta que las lentejas estén hechas. Si se evapora el agua, agregar más.
- Una vez cocidas las lentejas, colar y enfriar con agua corriente. Reservar en un bol.
- Mientras se cocinan las lentejas, lavar la escarola. Separar las hojas del nervio central (que suele ser mas fibroso y amargo). Descartar el nervio y dejar las hojas en agua y vinagre, en una proporción aproximada de una cucharada de vinagre cada dos litros de agua
- Para tostar las avellanas, ponerlas en una sartén a fuego alto por 5 minutos, removiendo constantemente hasta que suelten su aroma y se comienza a notar que la cascara se desengancha del fruto. Dejar enfriar unos minutos, pelar y picar ligeramente.
- Para las migas de queso, sacar gajos de la pieza completa con un cuchillo frío, tratando de desprender trozos irregulares sin realmente cortar.
- Para montar la ensalada, disponer cuatro platos y sobre ellos poner una base de lentejas y rociar un poco de vinagreta. Poner encima unas hojas de escarola y completar con las avellanas y el queso azul. Al momento de servir, rociar una pizca de sal y unas gotas más de vinagreta. Terminar con un rayo de aceite.
Reducción de vinagre con fresa
60 ml | 10 MIN | FÁCIL
- 200 ml (1 taza) de vinagre balsámico de Módena
- 2 cucharadas de mermelada de fresa (u otro fruto rojo)
- Poner los ingredientes en un cazo pequeño y llevar a ebullición.
- Bajar el fuego y reducir hasta un tercio del volumen.
- Trasladar a un vaso y dejar enfriar por unos 10 minutos antes de servir para que la reducción adquiera su consistencia final
- Utilizar tanto para ensaladas o como topping en un helado de vainilla o chocolate.
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