Sobre Higos Figues

Hola, soy Valentina y este es mi blog de comida y cocina llamado Higos Figues. ¿Por qué higos figues? Porque cuando yo era pequeña e íbamos a casa de mis abuelos en San Fernando, Chile, había un momento en el verano en el que le comunicaban, solemnemente a mi papá, que había higos. En mi casa no los comíamos, pero al parecer para mi papá eran un verdadero manjar que mi abuela le tenía reconocido y que reservaba para él cuando sabía que viajábamos en meses de verano. Entonces, él se sentaba en la cocina  frente de un plato con un par de higos recién sacados de la nevera, los untaba en harina tostada y de dos bocados se los acababa. Si bien ese gusto de mi papá me llamaba la atención, a mí la fruta no me parecía atractiva. Era de un púrpura grisáceo por fuera, cubiertos por una película de “polvo”, ¡peluda por dentro!, y- como no éramos los niños mas gourmets del mundo, tampoco hacían muchos intentos por darnos a probar. En todo caso, en mi memoria quedó aquel recuerdo del gusto con el que mi papá se comía aquellos pequeños bocados de fruta que aparecían durante un par de semanas del verano para deleitarlo sólo a él.

Años más tarde volví a encontrarme con este fruto al otro lado del mundo, en Barcelona. Un día en mi primer verano en la ciudad, los vi en una frutería y me vinieron de golpe todos esos recuerdos veraniegos. Ahora era grande y mi pasión por la comida estaba en su esplendor. Tenía que probar ese fruto que a mi padre tanto le gustaba y descubrir qué había en él. Y así hice. Compré un par que eligió para mí el frutero y los llevé a casa. Estaban calientes de haber estado al sol y levemente maduros, así que los lavé con cuidado y los puse en un plato. Cogí uno, lo miré por fuera: era tal como los recordaba. Pero al abrirlo, descubrí frente a mí aquello que había estado escondido durante mucho tiempo. La viveza de sus tonalidades púrpuras, su aspecto filamentoso intenso, lleno de vida. Cuando abres un higo, ellos te invitan a observarlos abiertos, a perderte entre los intersticios de su pulpa fibrosa, untuosa y seductora. Y una vez en boca, los aromas del verano, la riqueza de su sabor acaramelado, su compleja textura gelatinosa y granulada, te invitan a saborearlos por un tiempo más o menos largo, hasta el segundo, y último, bocado.

Así como con los higos, me pasa con todo lo que como. Cada vez que cocino o como algo, mi mente se excita y vienen a ella recuerdos, sensaciones, pensamientos. La comida me obliga a reflexionar sobre los olores y sobre las texturas. Sobre el origen de lo que como, de la gente involucrada en hacérmela llegar. Sobre quienes estoy en ese momento y sobre aquellas personas con la que se relacionan todos esos estímulos. Sobre el espacio que me rodea. Y lo peor, es que siento la necesidad incontrolable  de explicárselo a alguien y de dejar registro sobre todo aquello.

Esto es Higos Figues, un recuento de recetas, comidas e historias que las relacionan con quien soy. Espero que disfrutéis leyéndolas, aunque más aun, espero que con éstas recetas ocurran en ustedes nuevas historias y experiencias que contar. No soy ni cocinera profesional ni fotógrafa, pero hago con gusto ambas cosas para compartirlas con cariño en este blog.


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